“Glorioso” es un adjetivo masculinizado

21 de mayo de 1979. 12:10 de la tarde. Un Arturo Prat de 31 años se lanzó a la borda del Huáscar deseando una victoria que no llegó pero que le permitió convertirse en un eterno mártir por aquel nivel de valentía irracional al enfrentarse contra un barco acorazado, solo teniendo de sustento una embarcación de madera y soldados jóvenes.

El resto es historia. Decenas de 21 de mayo habitados en el cuerpo de la ciudad, 12 años de escolarización y desfiles año a año hicieron el trabajo de volver esta fecha como un momento incuestionable de gloria y grandeza sobre un territorio que está marcado por las muertes injustificadas mediadas por intereses políticos y económicos de hombres.

Iquique es glorioso en honor a sus hombres que han puesto el cuerpo en una larga lista de momentos: desde una guerra, por la explotación del salitre, el desarrollo de la ciudad puerto y las hazañas de campeones deportivos en diversas disciplinas.

¿Qué ha traído esto consigo? una invisilización histórica sobre las historias de vida de mujeres y una necesidad de categorizar actos como “heroícos” o “históricos” acorde a sentimientos de valentía y violencia para que puedan ser parte de la memoria colectiva.

¿Sabes el nombre de alguna mujer que haya participado en la guerra del Pacífico? ¿en el colegio te contaron cuales eran los roles que ocupaban las mujeres en la guerra?

Las mujeres en aquel momento de la historia trabajaron sosteniendo la vida bajo el apodo de “cantineras” que cumplían trabajos de lavanderia, cocina, costura, entre otras labores vinculadas a aspectos domésticos en pleno combate.

Además, las cantineras saciaban la sed de agua de los soldados malheridos en pleno combate, cruzando entre balas, gritos y cañonazos. Incluso en algunas ocasiones tomaron bayonetas y fusiles para apoyar al ejército chileno (1).

Cabe destacar que las mujeres que participaron en la guerra no fueron beneficiadas monetariamente por parte del Estado -a diferencia de los soldados sobrevivientes y que tuvieron un rol fundamentalmente en tierra antes que en el mar.

De hecho, para poder ser parte del ejército se debía cumplir con “una moral intachable” y preferentemente, ser soltera.

Algunos nombres que recuerda la historia son los de Juana López, Leonor Solar, Rosa Ramírez, Susana Montenegro, Irene Morales, Filomena Valenzuela, varias de ellas participaron como cantineras, otras fueron mujeres de renombre de la élite criolla que en conjunto con religiosas gestionaron donaciones y apoyo a las familias de soldados caídos.

Las mujeres mencionadas con anterioridad tuvieron participaciones destacables en las batallas terrestres de la guerra.

La masculinización de los relatos

La búsqueda, recopilación y producción de información para reconstruir períodos
históricos suele basarse en relatos masculinos, contribuyendo a que estas voces y
perspectivas sean las que adquieren protagonismo
, convirtiéndose en los parámetros
para determinar aquello que es valioso y aquello que no en el marco de procesos sociales.

Lo anterior ha mediado las formas y procesos dominantes para recopilar, producir, archivar y poner en circulación los relatos y las memorias “oficiales” de cómo ocurren (u
ocurrieron) eventos de distinta índole.

Esta violencia simbólica ha implicado siglos de omisión de las perspectivas,
emociones y acciones de todo cuerpo que quede fuera de aquellos relatos, espacios
y formas hegemónicas, construyendo un imaginario filtrado por intereses de poder,
sesgos, prejuicios, uniformes y placas masculinas o masculinizadas.

En paralelo al proceso de masculinización de los relatos, otro factor que ha resultado
determinante en la difusión y recolección de las historias locales y regionales ha sido
el centralismo en Chile, trayendo consigo una doble invisibilización de las historias
que provienen de un territorio marcado como “zona extrema” por su distancia con el
centro.

Con frecuencia, los registros oficiales que atesoran los momentos de gloria de la
historia de Tarapacá son protagonizados por hombres que batallaban en el desierto,
en el mar, en la pampa o hasta en un ring de boxeo. Enfrentamientos cuerpo a cuerpo
y a sangre fría por botines de tierra, de bienes o riquezas, mediados por el conflicto y
la violencia. Se lee entre líneas que no hay paz si no hay victoria ni un campeón al
que elogiar.

En la masculinización de los relatos hay un inminente desafío: ¿cómo recopilar nuestra memoria colectiva de formas empáticas e incluyentes? ¿de qué forma podemos contribuir a la visibilización de los roles de las mujeres en distintos momentos de gloria y decadencia para la región de Tarapacá? ¿es suficiente con ello?

Si quieres saber más sobre las mujeres en la Guerra del Pacífico te recomendamos leer a Paz Larraín Mira y su libro “Presencia de mujeres chilenas en la Guerra del Pacífico” y “Mujeres cantineras en la Guerra del Pacífico” insumo creado por el Museo Histórico Nacional.